EL VERDADERO MATRIMONIO, UN VALOR NO NEGOCIABLE |
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Carta pastoral de monseñor José María Arancibia, arzobispo de Mendoza (23 de mayo de 2010, Domingo de Pentecostés) A todos los fieles católicos de la Arquidiócesis de Mendoza, especialmente a los esposos y padres cristianos. Queridos hermanos y hermanas: Hay momentos en los que parece que las verdades más luminosas y básicas se desvanecen. Como cuando un espeso manto de nubes oculta nuestras montañas o el smog de la agitada ciudad enrarece el aire que respiramos. Algo así ocurre hoy con la percepción de lo que es el matrimonio. Al parecer, el Congreso nacional se apresta a reformar el Código civil, alterando sustancialmente la noción misma de matrimonio. El Estado se atribuye una competencia que no tiene: ser, por sí mismo, fuente de verdad y de moral. Incluso algunas voces dentro de la Iglesia han sumado lo suyo a la confusión general. En estos días, y por diversos caminos, he recogido la inquietud de muchos de ustedes, fieles laicos y pastores, que me han hecho llegar su dolor, su incertidumbre y hasta su enojo. La doctrina católica sobre el matrimonio y la familia es ampliamente conocida, expuesta además en toda su luminosa verdad y belleza. No voy a repetirla aquí. El que quiera conocerla o profundizarla puede acudir a la palabra autorizada del Catecismo de la Iglesia Católica. Lo mismo se diga de la cuestión del reconocimiento legal de las uniones de personas del mismo sexo. El Papa y los obispos se han explayado con suficiente amplitud. Los obispos argentinos lo hemos hecho recientemente en un texto que puede ser retomado con fruto (Cf. Declaración: “Sobre el bien inalterable del Matrimonio y la Familia”, 20 de abril de 2010). De mi parte, y como pastor de la Iglesia, quisiera llamar la atención sobre algunos puntos: 1. La naturaleza del verdadero matrimonio entre un varón y una mujer es, para los católicos, un valor no negociable. Solo en él se realizan plenamente la complementariedad de los sexos y la transmisión responsable de la vida. No tiene punto de comparación con las uniones de personas del mismo sexo. 2. Cualquier forma de reconocimiento legal de estas uniones, o una lisa y llana equiparación con el matrimonio, constituiría una grave lesión de la justicia y la ley natural, fundamento objetivo del orden jurídico. 3. El derecho a contraer libremente matrimonio no es indeterminado ni absoluto. Está regulado por la naturaleza del matrimonio entre un varón y una mujer. A dos personas del mismo sexo no les asiste el derecho de contraer matrimonio entre ellas. 4. A los legisladores que profesan la fe católica, la Iglesia les recuerda el grave deber moral de oponerse decididamente a este tipo de proyectos, tan nocivos para el bien común de la sociedad. Estas leyes oscurecen la percepción de valores morales fundamentales y contribuyen a la desvalorización de la institución matrimonial. Los fieles católicos, en cuanto ciudadanos, tenemos el derecho y el deber de ofrecer nuestra visión de la persona y del bien común al resto de la sociedad. Apelando incluso a nuestras convicciones religiosas. No se trata de imponer sino de proponer, de un modo razonable y respetuoso, una visión del hombre que consideramos verdadera, buena y justa. La cosmovisión cristiana, además, está hondamente arraigada en la cultura de nuestro pueblo, a la que ha ayudado a configurarse. Esta comprensión del matrimonio y la familia se alimenta en las fuentes mismas de la fe: la Biblia y la gran tradición católica. Se inspira también en una sabia percepción de la condición humana que puede ser reconocida como verdadera por la razón. Con una secular tradición filosófica y jurídica, hablamos de la ley natural inscrita por el Creador en el mismo ser del hombre, varón y mujer. La Iglesia no discrimina a las personas con tendencia homosexual. Al contrario, reconoce su dignidad de personas, creadas a imagen y semejanza de Dios, y las recibe como el mismo Cristo lo hizo. Repudia a quienes las ofenden o humillan por su condición. Es más, siguiendo a Jesucristo, las invita a la fe en la Buena Noticia del amor de Dios y a la conversión del corazón. Las acompaña en el camino de la vida con los mismos medios que ofrece a todos: la Palabra de Dios, los sacramentos y una intensa vida de fe, esperanza y caridad. El Reino de los cielos es para todo el que se arrepiente de sus pecados, confía en Dios y quiere vivir santamente. Si la Iglesia de Cristo dice “no” a equiparar u homologar las uniones de personas del mismo sexo al matrimonio, es por la dignidad y santidad del mismo matrimonio, cuyo lugar es único en el entramado social. Es mucho más que una relación afectiva privada. Anterior al ordenamiento jurídico, al Estado y aún a la misma Iglesia, estos deben ponerse a su servicio, para tutelarlo y promover-lo en su verdadero significado. El matrimonio y la familia son patrimonio de la humanidad. La cultura individualista y el relativismo parecen generar esa niebla que oscurece esta percepción del bien y la verdad. Sin embargo, estos constituyen la vocación misma del hombre, creado por Dios para conocer la verdad y realizar el bien en la propia vida. Recordemos aquí las palabras del Señor: «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres» (Jn 8,31-32). Aliento a los esposos y padres cristianos a buscar en Cristo el fundamento sólido sobre el que edificar el futuro de sus familias. Queremos proponer a todos la buena noticia del amor huma-no, del matrimonio y la familia, como respuesta al anhelo de vida plena que todos llevamos dentro. Así lo hemos expresado en nuestro Plan de Pastoral, y lo queremos proclamar especialmente en este año, centrado en revitalizar la pastoral familiar. ¡No se desanimen frente a las adversidades del camino! Los cristianos somos discípulos del Cordero humilde y manso que venció todo mal, amando hasta el fin en la cruz. A los pastores del pueblo de Dios los invito a renovar los compromisos sagrados asumidos en nuestra ordenación. Somos testigos y anunciadores de una Palabra que no es nuestra. Al servir a los esposos y padres cristianos, al orientar a los jóvenes, o al exponer la doctrina cristiana, no ante-pongamos nuestras opiniones personales a la enseñanza autorizada de la Iglesia de Cristo. Invito finalmente a todos los fieles católicos a hacer lo que esté a su alcance, por los medios legítimos que la democracia pone en manos de los ciudadanos, para que las leyes de nuestra patria defiendan y promuevan el bien insustituible del verdadero matrimonio sobre el que se funda la familia. Con mi afecto y bendición para todos, en estos días tan próximos al Bicentenario de la Patria. Mons. José María Arancibia, arzobispo de Mendoza 23 de mayo de 2010, Domingo de Pentecostés http://www.aica.org/docs.php?id=329 |
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